Despedida II
No dejé que se comiera la placenta
y volví al útero de hierro
a intentar ser ligero
y morir incendiado sobre los sueños.
Las cuentas pendientes
las olvidé con fuerza,
y el estómago hecho pedazos
de tragarme el orgullo y pedirle a los Andes
que me perdonen.
Siendo tan abstinente
necesité el exceso,
de recordar para olvidarle.