Día uno del tiempo

He borrado el contacto que no guardo en mi memoria.
Se ha ido la información de respaldo también.
Silenciar fue el paso siguiente.

Escribí tu nombre en un papel,
y aún te pienso.
No se escribe cuando se está a gusto,
porque estar a gusto
es una mediocridad del espíritu:
no es felicidad, no es tristeza.

Nos volvemos pendejos,
estupefactos frente a la inmensidad de la calma.
Es el miedo al vacío, a la nada,
lo que nubla el sueño,
lo que agobia las palabras.

¿Qué se hace
cuando la mediocridad no es suficiente?
¿Qué se hace cuando se tiene el sexo
no presente?
Se escribe,
se ama,
se duerme.

Tengo tan efímero conflicto con mi sentir
que no tengo claridad musical.
Y no se sonríe.
Ni letras.
El pecho no busca en otras palabras lo que siente.
La depresión no se alimenta.

El beso que te debo
no tiene un sosiego ficticio.
Las noches son cortas,
las mañanas no existen.
Todo el día es de tarde,
y el sol está de frente:
a la erección,
al bosque de ojos,
al olfato del perro.
Temperancia.

Bloqueos mentales.
El correo.
La voz en mi cabeza.
La voz
que suena
cuando digo:
vida,
hambre,
sueño.

Vida.